miércoles, 8 de octubre de 2014

Cuando se es nómada, miren que sí se aprende


Relato 3



Ser nómada, hasta no se sabe cuándo,  tiene sus ventajas. "La vida nos pone pruebas",  dice en tono agudo y  con los ojos pelados mi buena amiga andina Luna, y completa la frase "de ellas nos hacemos más fuertes para lograr el éxito deseado".

Yo no sé cuándo oyó esa frase por primera vez, presumo que de alguna sección astrológica de las revistas matutinas que bondadosamente nos ofrecen desde hace 50 años las televisoras, por señal abierta, cable y más recientemente satelital.

En uno de mis capítulos de búsqueda de techo, entendí que para conversar con ésta amiga, se debe esperar el espacio de las propagandas. Hay que hacer silencio en su casa mientras ve sus programas y telenovelas. Al llegar el espacio de persuasión de compra y venta, es decir los comerciales, ella sale del trance y hasta ofrece un trocito de pan andino con cafecito negro colado por ella misma, guardado en el termo para que mantenga su calor.  Así vive ella  desde que sus hijos se casaron y quedó sola en casa. Desde bien tempranito mira las secciones de astrología y programas de auto ayuda con motivadores de primera. Son esos espacios televisivos donde vemos a las astrólogas, astrólogos y personajes con luz sanadora, hombres con aspecto metrosexual, quienes por cosas no tan ingenuas,  dicen lo mismo con rostros diferentes. Encuentran gracias a sus conexiones cósmicas las mismas dificultades económicas y amorosas en los signos del televidente. Ahhh, porque millones de seres se vuelven un o una televidente en ese momento.

En verdad, no hay porqué preocuparse mucho por nuestro destino y dificultades,  las soluciones las tienen las y los astrólogos pantalla hablantes. Una noche Luna me explicó con seguridad científica  “Para casos de enfermedad, como hemorroides, torceduras por caídas,  dolores de cabeza y daños dentales tienes baños aromáticos con cariaquito morado, extraído de la Plaza Altamira de Caracas,  y raíces de jacarandas traídas del barrio chino de Buenos Aires. Para problemas del corazón,  cardiopatías gracias a soledades concurridas, la cura segura está en  baños de asiento con hojas de mandarina iluminándose por 3 horas con velas  energéticas, y para infortunios laborales y problemas habitacionales urgente encender un incienso de rosa con canela”.

A la brevedad se logra superar el carma, por no decir la vaina echá, pensé. Un último consejo, me sugirió Luna, “debes vestir de blanco y con camisas de corte ingles y por supuesto inscribirse en un taller de superación con los ángeles de la luz dispuestos a mostrarnos el camino a la felicidad”.  Un detalle,  para empezar a ver el camino debía asistir a las tres charlas en la cadena de hotel de cinco estrellas de mi ciudad, me ahorro la propaganda de decir el nombre del hotel, por el módico precio de 1989 $ americanos, si llamo YA.

Así como me viví esa historia con Luna, en mi estado de nómada involuntaria,  he encontrado otras mujeres y hombres que me han ofrecido su techo provisionalmente. Pegada la incertidumbre a  mi pecho me he aventurado a dormir cerca de ellas y ellos conociendo sus experiencias de vida.

Por ejemplo,  hoy escribo desde un café casi de madrugada. Anoche  compartí con mi querida amiga, marabina  médica. Ella,  aunque no lo asuma conscientemente, vive para darles amor a los y las otras. Desde que entré al espacio donde vive, los y las vecinas salieron a saludarla. Le consultan sobre las vitaminas para la piel, le piden que les inyecte el calmante y le piden que lean sus informes médicos para confirmar sí lo que les indicaron sus médicos tratantes está bien.

 A mi amiga marabina la llamo Querida, ella estudia,  estudia y recontra estudia especializaciones para alimentar su sabiduría,  más no por obtener algún título. Atiende a su familia a distancia por correo, vía telefónica y presencialmente a la hora que sea. Desde hace una década,  quizás más, forma parte de un grupo de mujeres,  amigas, hermanas que se cuidan entre sí mismas. La Cofradía se llama el grupo de ellas. Hacen conversatorios y estudian el comportamiento humano para sobrevivir y quizás para llenar de aliento el día a día que ha tenido cada una de ellas, sobre todo para entender por qué nos empeñamos en vivir tan distanciados entre nosotros(as) mismos.

Cuando Querida ve que entre sus amigas se pelean entre sí,  trata de tender puentes para luchar contra la confrontación. Dice que una vez perdió a su mejor amiga por un cruce de ideas que nunca se aclaró. Con su tono jodido,  ese carácter fuerte que tiene la gente del Zulia,  reclama el afecto y lo pone como prioridad de vida.

Ahora que menciono “prioridad de vida, recordé que hace unos cinco meses, me dieron techo una pareja de las artes escénicas. Mis profes de la diversidad cultural venezolana. El profe,  profe porque ejerce la docencia, pero no cualquier docencia,  transmite el saber apreciar y ejecutar la música tradicional venezolana. Mi compai, como le digo afectuosamente,  es el compañero de sentimental de mi comai,  ella también docente  pero del arte de la danza tradicional. Mi comai desde hace un tiempito empezó a re mirar el mundo. Lo mira dos veces,  a través de sus ojos y del lente de su cámara. Es fotógrafa, a propósito de la fotografía, yo digo que es el arte de la contemplación, y sus productos son las fotorecuerdos.  En los bailes de celebración de las culturas populares en Venezuela,  si no está ella con su sonrisa y cámara dispuesta la cosa como que no funciona igual. Porque les falta quien cuente a través de la imagen los recuerdos llevados a las tablas.

Vuelvo a mi compai,  una tarde,  teniendo como testigo el Mar Caribe enfrente de ambos,  me colaboró con mi mudanza urgente. Eran días de tocar fondo, de salida del ejercicio de burócrata,  ese ejercicio que si se asume con transparencia y dedicación deja a los seres humanos, como yo,  golpeadita físicamente y con la soledad de compañía porque ya no se está en el “poder” para ser útil a los y las otras. Una vez que se sale de allí muchos y muchas, no todos(as) por fortuna, si te han visto, no te recuerdan.  En otro relato cuento mis peripecias de burócrata.

Esa tarde me dolía mi panza,  había comido algo que no toleraba, pero era lo que había. Desde que el profe,  mi compai me contó un capítulo de su historia no me quejé más del dolor.

Al oírme quejar de mi ardor estomacal, me dijo "Me hiciste recordarme,  comai " lo expresó,  así sonriendo, mientras montábamos mis maletas en su compaimovil, como le llamo a su auto. “Cuando era chamo mi familia decidió irse a vivir a Caracas,  somos del oriente venezolano,  pero no nos fue tan bien. Entonces mi mamá me dijo que debíamos volvernos al pueblo con las tablas en la cabeza. Yo no quise volver y en contra de su voluntad me quedé en la Capital. Recuerdo que conseguí armar un ranchito en un cerro,  mi sábana estaba hecha de cartón. Esos días sólo tenía de alimento sardinas enlatadas,  me dolía la panza como a ti,  pero de que no me devolvía al pueblo no lo hacía. Hasta llegué a comer lo incomestible para sobrevivir. Una mañana amaneció como que más temprano de lo de costumbre, mi vecino me llamó para ofrecerme la oportunidad del año: Un trabajo con sueldo fijo y pago los quince y últimos de mes. Desde esa mañana trabajé en una funeraria,  me tocaba arreglar a los niños muertos. Así estuve un tiempo. Y luego me ofrecieron un cargo en la morgue de un hospital,  entonces preparaba a las niñas y los niños muertos de allí"

Mi cara de asombro no fue normal,  pero intenté disimular mi impresión y me dio curiosidad. “Cuándo empezó entonces a ejercer como músico, compai” le pregunté. Con su tono de paciencia eterna me dijo " Ahhhh,  fui comprándome mis instrumentos de a poco, ya tocaba el cuatro y la bandola, y fui conociendo a gente del medio. La verdad es que la música fue la que me salvó la vida. No me importaba tocar cientos de veces. Cuando me deprimía tocaba y tocaba, y cuando salían toques afuera de la ciudad pedía permiso en el trabajo y así aprovechaba para dormir y comer bien. A veces le decía a quienes nos invitaban: Nos podemos quedar una semana más tocando. Jajajajajaja, Bueno,  desde esa época no he parado de trabajar y soñar".

Cuando mi compai me dejó con mis maletas en el terminal de buses para la Capital, me prometí una cosa,  más nunca oiría las proyecciones de los astros y consejos de vida de las revistas matutinas que Luna me sugería hacer para lograr mi destino exitoso, sí me comería otra vez su pancito y café. Pancito que me han ofrecido gente de mi Matria y de otras matrias hermanas. La vida es un ratito y me prometí que en mi condición de nómada,  sin tener fecha clara de anclarme en un sitio, haciendo pleno uso de mi libertad, mis oídos se abrirían más para oír los relatos de mis llaves. Mis llaves,  como las llaves, amigas y amigos, de Benedetti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario