Relato 3
Ser nómada, hasta no
se sabe cuándo, tiene sus ventajas. "La vida nos pone
pruebas", dice en tono agudo y con los ojos pelados mi buena
amiga andina Luna, y completa la frase "de ellas nos hacemos más fuertes
para lograr el éxito deseado".
Yo no sé cuándo oyó
esa frase por primera vez, presumo que de alguna sección astrológica de las
revistas matutinas que bondadosamente nos ofrecen desde hace 50 años las
televisoras, por señal abierta, cable y más recientemente satelital.
En uno de mis capítulos
de búsqueda de techo, entendí que para conversar con ésta amiga, se debe
esperar el espacio de las propagandas. Hay que hacer silencio en su casa
mientras ve sus programas y telenovelas. Al llegar el espacio de persuasión de
compra y venta, es decir los comerciales, ella sale del trance y hasta ofrece
un trocito de pan andino con cafecito negro colado por ella misma, guardado en
el termo para que mantenga su calor. Así vive ella desde que sus
hijos se casaron y quedó sola en casa. Desde bien tempranito mira las secciones
de astrología y programas de auto ayuda con motivadores de primera. Son esos
espacios televisivos donde vemos a las astrólogas, astrólogos y personajes con
luz sanadora, hombres con aspecto metrosexual, quienes por cosas no tan ingenuas,
dicen lo mismo con rostros diferentes. Encuentran gracias a sus conexiones
cósmicas las mismas dificultades económicas y amorosas en los signos del
televidente. Ahhh, porque millones de seres se vuelven un o una televidente en
ese momento.
En verdad, no hay
porqué preocuparse mucho por nuestro destino y dificultades, las
soluciones las tienen las y los astrólogos pantalla hablantes. Una noche
Luna me explicó con seguridad científica “Para casos de enfermedad, como
hemorroides, torceduras por caídas, dolores de cabeza y daños dentales
tienes baños aromáticos con cariaquito morado, extraído de la Plaza Altamira de
Caracas, y raíces de jacarandas traídas del barrio chino de Buenos Aires.
Para problemas del corazón, cardiopatías gracias a soledades concurridas,
la cura segura está en baños de asiento con hojas de mandarina
iluminándose por 3 horas con velas energéticas, y para infortunios
laborales y problemas habitacionales urgente encender un incienso de rosa con
canela”.
A la brevedad se
logra superar el carma, por no decir la vaina echá, pensé. Un último
consejo, me sugirió Luna, “debes vestir de blanco y con camisas de corte ingles
y por supuesto inscribirse en un taller de superación con los ángeles de la luz
dispuestos a mostrarnos el camino a la felicidad”. Un detalle, para
empezar a ver el camino debía asistir a las tres charlas en la cadena de hotel
de cinco estrellas de mi ciudad, me ahorro la propaganda de decir el nombre del
hotel, por el módico precio de 1989 $ americanos, si llamo YA.
Así como me viví
esa historia con Luna, en mi estado de nómada involuntaria, he
encontrado otras mujeres y hombres que me han ofrecido su techo
provisionalmente. Pegada la incertidumbre a mi pecho me he aventurado a
dormir cerca de ellas y ellos conociendo sus experiencias de vida.
Por ejemplo,
hoy escribo desde un café casi de madrugada. Anoche compartí con mi
querida amiga, marabina médica. Ella, aunque no lo asuma conscientemente, vive para
darles amor a los y las otras. Desde que entré al espacio donde vive, los y las
vecinas salieron a saludarla. Le consultan sobre las vitaminas para la piel, le
piden que les inyecte el calmante y le piden que lean sus informes médicos para
confirmar sí lo que les indicaron sus médicos tratantes está bien.
A mi amiga
marabina la llamo Querida, ella estudia, estudia y
recontra estudia especializaciones para alimentar su sabiduría, más no
por obtener algún título. Atiende a su familia a distancia por correo, vía
telefónica y presencialmente a la hora que sea. Desde hace una década, quizás más, forma
parte de un grupo de mujeres, amigas, hermanas que se cuidan entre sí
mismas. La Cofradía se llama el grupo de ellas. Hacen conversatorios y estudian
el comportamiento humano para sobrevivir y quizás para llenar de aliento el día
a día que ha tenido cada una de ellas, sobre todo para entender por qué nos
empeñamos en vivir tan distanciados entre nosotros(as) mismos.
Cuando Querida ve que
entre sus amigas se pelean entre sí, trata de tender puentes para luchar
contra la confrontación. Dice que una vez perdió a su mejor amiga por un cruce
de ideas que nunca se aclaró. Con su tono jodido, ese carácter fuerte que
tiene la gente del Zulia, reclama el afecto y lo pone como prioridad de
vida.
Ahora que menciono
“prioridad de vida, recordé que hace unos cinco meses, me dieron techo una
pareja de las artes escénicas. Mis profes de la diversidad cultural venezolana.
El profe, profe porque ejerce la docencia, pero no cualquier
docencia, transmite el saber apreciar y ejecutar la música tradicional
venezolana. Mi compai, como le digo afectuosamente, es el compañero de
sentimental de mi comai, ella también docente pero del arte de la
danza tradicional. Mi comai desde hace un tiempito empezó a re mirar el mundo.
Lo mira dos veces, a través de sus ojos y del lente de su cámara. Es
fotógrafa, a propósito de la fotografía, yo digo que es el arte de la
contemplación, y sus productos son las fotorecuerdos. En los bailes de
celebración de las culturas populares en Venezuela, si no está ella con
su sonrisa y cámara dispuesta la cosa como que no funciona igual. Porque les
falta quien cuente a través de la imagen los recuerdos llevados a las tablas.
Vuelvo a mi
compai, una tarde, teniendo como testigo el Mar Caribe enfrente de
ambos, me colaboró con mi mudanza urgente. Eran días de tocar fondo,
de salida del ejercicio de burócrata, ese ejercicio que si se asume con
transparencia y dedicación deja a los seres humanos, como yo, golpeadita
físicamente y con la soledad de compañía porque ya no se está en el “poder” para
ser útil a los y las otras. Una vez que se sale de allí muchos y muchas, no
todos(as) por fortuna, si te han visto, no te recuerdan. En otro relato
cuento mis peripecias de burócrata.
Esa tarde me dolía mi
panza, había comido algo que no toleraba, pero era lo que había. Desde
que el profe, mi compai me contó un capítulo de su historia no me quejé
más del dolor.
Al oírme quejar de mi
ardor estomacal, me dijo "Me hiciste recordarme, comai " lo
expresó, así sonriendo, mientras montábamos mis maletas en su compaimovil,
como le llamo a su auto. “Cuando era chamo mi familia decidió irse a vivir a
Caracas, somos del oriente venezolano, pero no nos fue tan bien.
Entonces mi mamá me dijo que debíamos volvernos al pueblo con las tablas en la
cabeza. Yo no quise volver y en contra de su voluntad me quedé en la Capital.
Recuerdo que conseguí armar un ranchito en un cerro, mi sábana estaba
hecha de cartón. Esos días sólo tenía de alimento sardinas enlatadas, me
dolía la panza como a ti, pero de que no me devolvía al pueblo no lo
hacía. Hasta llegué a comer lo incomestible para sobrevivir. Una mañana
amaneció como que más temprano de lo de costumbre, mi vecino me llamó para
ofrecerme la oportunidad del año: Un trabajo con sueldo fijo y pago los quince
y últimos de mes. Desde esa mañana trabajé en una funeraria, me tocaba
arreglar a los niños muertos. Así estuve un tiempo. Y luego me ofrecieron un
cargo en la morgue de un hospital, entonces preparaba a las niñas y los
niños muertos de allí"
Mi cara de asombro no
fue normal, pero intenté disimular mi impresión y me dio curiosidad.
“Cuándo empezó entonces a ejercer como músico, compai” le pregunté. Con su tono
de paciencia eterna me dijo " Ahhhh, fui comprándome mis
instrumentos de a poco, ya tocaba el cuatro y la bandola, y
fui conociendo a gente del medio. La verdad es que la música fue la que me
salvó la vida. No me importaba tocar cientos de veces. Cuando me deprimía
tocaba y tocaba, y cuando salían toques afuera de la ciudad pedía permiso en el
trabajo y así aprovechaba para dormir y comer bien. A veces le decía a quienes
nos invitaban: Nos podemos quedar una semana más tocando. Jajajajajaja,
Bueno, desde esa época no he parado de trabajar y soñar".
Cuando mi compai me
dejó con mis maletas en el terminal de buses para la Capital, me prometí una
cosa, más nunca oiría las proyecciones de los astros y consejos de vida
de las revistas matutinas que Luna me sugería hacer para lograr mi destino
exitoso, sí me comería otra vez su pancito y café. Pancito que me han ofrecido gente
de mi Matria y de otras matrias hermanas. La vida es un ratito y me prometí que
en mi condición de nómada, sin tener fecha clara de anclarme en un
sitio, haciendo pleno uso de mi libertad, mis oídos se abrirían más para
oír los relatos de mis llaves. Mis llaves, como las llaves, amigas y
amigos, de Benedetti.